Yo no sé a vosotros, pero en la carrera,
casi siempre me he quedado con las ganas de preguntarles a los profesores
ciertos aspectos de sus trayectorias como docentes, intérpretes o, sobre todo,
como traductores. Si os pica la curiosidad tanto como a mí y queréis que os
aconsejen, aquí os traigo un pequeño artículo donde expondré algunas
anecdotillas que, desde mi poca experiencia os puedo aportar.
Como estudiante, os puedo decir que siempre
me ha gustado la rama de letras. Lo tenía bastante claro desde que me dieron
dos opciones para elegir en cuarto de la ESO: Humanidades o Ciencias. Está
claro cuál elegí yo, ¿no?, sin embargo, a diferencia de muchas opiniones que me
han comentado algunos compañeros míos, a mí sí me gustaban las matemáticas. Así
que ya en Bachillerato, en vez de decantarme por las “letras puras”, decidí
estudiar Ciencias Sociales. Peeero, cómo no, tenía que haber algún
inconveniente: si quería estudiar Traducción e Interpretación, tenía que
cambiarme a Humanidades para que me ponderaran las asignaturas. Así que me armé
de valor en el segundo trimestre y me lancé a la piscina. Hice en seis meses lo
que cualquier estudiante hace en nueve.
Tras terminar esta etapa, tenía aún más claro
que quería estudiar esta carrera, pero con una dud”illa”: sabía perfectamente
que quería estudiar inglés, pero en Traducción e Interpretación hay que escoger
una lengua C también, así que ¿qué idioma me gusta más?, ¿cuál tiene más
salida? Mmm… todo el mundo me dice que coja alemán, que voy a tener muchísimo
trabajo luego; mi hermana me dice que coja italiano, que me irá muy bien; mi
madre, que coja francés, que ya tengo una base desde la ESO. ¡Qué indecisión!
Pues nada, al final, de nuevo, me armé de valor, haciendo caso omiso de los
demás y escogí… árabe. Sí, árabe. «Pero, ¿dónde vas, niña? ¡Si eso es muy
difícil, eso se escribe de derecha a izquierda!». Ahora que ya estoy casi
terminando esta etapa, a todos les diría que sí, que es difícil, pero quien no
arriesga no gana.
Anécdotas como estas y mejores me han pasado
millones como estudiante. Pero ahora me gustaría comentaros aquellas que me han
pasado como traductora en potencia. Cuando realmente me empecé a enamorar de
esta profesión fue el año pasado. Sí, hace nada, pero en tercero es cuando se
empiezan a impartir clases de traducción especializada y, la verdad, es que me
han parecido impresionantes. Desde la científico-técnica hasta la jurídica.
Con la comida, siempre me gusta probar un
poco de todo, picar aquí y allá. Pues con la traducción me pasa lo mismo,
aunque sí que hay ciertas áreas que me apasionan más. Este deseo de saber un
poco de todo es lo que me llevó a que un día decidiera inscribirme para ir a un
congreso. Había charlas de muchísimos temas: de poesía, de literatura
fantástica, de traducción audiovisual e incluso de traducción erótica (uuuh). Bueno,
pues resulta (ahí va otra anécdota) que terminó la jornada y era el turno del
encuentro con empresas. Mis amigos y yo nos acercamos a un stand y la chica de
la empresa, muy simpática, nos estuvo explicando cómo funcionaba su empresa.
Tras una buena dosis de información, dos de mis amigos le dieron sus tarjetas
de visitas, ya que querían darse a conocer. Cuál fue mi sorpresa que, cuando la
chica me preguntó por mi tarjeta, no supe qué responder. Siempre había pensado
«si todavía no he terminado mis estudios, ¿quién me va a querer siendo
inexperta?». En ese instante, maldije el momento en el que decidí no hacérmela.
Finalmente, le respondí a la chica:
- Eeeem…, pues no tengo.
- ¿Pero cómo no puedes tener? ¡Si son súper
útiles!
En ese momento, mi cabeza empezó a buscar
una respuesta, algo para enmendar ese error. Así que me armé de valor (creo que
ya van tres armaduras las que me he puesto en este artículo, ¿no?) y le dije:
- ¿Y si mañana te traigo una?
- Si consigues hacértela de aquí a mañana,
¡te contrato!
«Joder, joder, Rocío… Ya puedes empezar a
apañártelas para tenerla lista para mañana» pensé. Así que, efectivamente, me
quedé hasta las dos de la mañana diseñando mi propia tarjeta de visita. A la
mañana siguiente, estaba la primera en copistería para imprimirlas. Luego, tras
varias horas de charlas en el congreso intentando encontrar con la mirada a
aquella chica, me fui, sin éxito, a comer. Sorprendentemente, picando de una comida
y otra, me la encontré y yo, toda orgullosa, le di mi tarjeta. La chica se
quedó boquiabierta no solo porque lo había conseguido, sino, también, porque en
mis idiomas ponía… ¡árabe! Al final, me dijo que le mandara mi currículum. Fue
una historia bastante buena, sí.
Y, bueno, por ultimísimo, os cuento la
anécdota que me trajo hasta aquí, a P4Traducciones. Era un día calurosísimo de
verano, yo estaba sin saber qué hacer y mi hermana me gritó desde su cuarto:
«¡Rocío, ven!». Me dijo entusiasmada que había un curso en Sevilla de
Traducción Audiovisual y nos llamaba muchísimo la atención. Compramos la
entrada y pusimos rumbo a la calurosa capital andaluza. Estuvo genial. Pero
cuando ya nos tocaba irnos, se me ocurrió una cosa y le dije a una amiga que
también venía conmigo: «Quilla… ¿y si hacemos las prácticas de la “uni” aquí?»,
a lo que respondió «Hostia, estaría genial». Tras mucho dudar y mirarnos sin
saber qué hacer, me puse mi cuarta armadura y le dije a la chica que estaba en
recepción: «Perdona, ¿tenéis programas de prácticas?»
Y aquí estoy, picoteando de traducción en
traducción.
Rocío Coronil Soto
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