Para mi
brillante hermana. Espero que te guste y te ayude a llevar mejor esos días.
Tras dos años dejándote la piel en
bachillerato, en mi caso de Ciencias Sociales, llega la prueba final tan temida
por todos: selectividad. Esa semana fatídica que pasa casi sin darte cuenta y
que prácticamente decide tu futuro. Tanto esfuerzo, tanto sudor y lágrimas
derramadas, tantas noches en vela, tanto café (amado y adorado café) y tantos
padres llamando cada dos segundos para preguntar cómo ha salido el examen. A lo
que siempre respondes: bien… Supongo… Porque, claro, quieres dejar a tus padres
tranquilos, pero en realidad por dentro ni si quiera tú mismo tienes idea de
qué ha hecho tu exhausto cerebro durante esa hora y media que duraba el examen.
Pasa la semana infernal y ya solo queda esperar, esperar a que salgan esas
calificaciones que marcarán un antes y un después, esas calificaciones que te
darán el «visto bueno» para entrar en la carrera de tus sueños.
Y cómo no, llega el día. Te levantas y… ¡ZAS!
«Ya están las calificaciones» te dice corriendo tu mejor amiga, que está entre
la desesperación, la muerte y la risa (por no llorar). Mientras no atinas a
meter tu usuario y contraseña, un escalofrío te recorre la espalda y un peligroso
pensamiento atraviesa tu mente: ¿y qué hago con mi vida si no entro en la
carrera? Tras unos veinte mil intentos, logras iniciar sesión y… ¡Ahí está! Y
ahí estás tú, con tus ojitos entreabiertos, temblando y el móvil sin parar de
sonar. Después de estar durante medio segundo al borde del suicidio, por fin,
sacas valor, abres bien los ojos y miras a tu futuro a la cara.
Recuerdo perfectamente la conversación que tuve
con mi madre por teléfono, ambas casi llorando: «Mamá, que ya han salido las
notas. He calculado la media y… Que entro seguro en la carrera. Que sí, mamá, que
voy a estudiar Traducción e Interpretación». Gritos, saltos de alegría,
lágrimas y un gran gran suspiro. Casi puedo decir que fue uno de los mejores
días de mi vida, un día en el que, sin duda, estaba orgullosa de mí misma.
Unos meses más tarde, ahí estaba yo, tan
minúscula en una universidad, que a mi parecer, era entonces tan gigante. Los
primeros días de la carrera te sientes como un barco a la deriva, preguntándote
si no has cometido el mayor error de tu vida. Pero luego conoces a tus
compañeros, que están casi peor que tú. Conoces a tus profesores, que no son
tan malos ni estrictos como tú pensabas. Y descubres que la universidad no está
tan mal. Eso sí, hay una cosa que la universidad te enseña desde el minuto uno:
a ser autodidacta. A pesar de que al principio es todo una lucha de papeles con
administración, problemas con los horarios y con las clases y un gran etcétera,
acabas acostumbrándote sorprendentemente rápido. Ya sabes quiénes son tus
colegas, te adaptas a la dinámica de las clases y aprendes a vivir solo (cosa
que se agradece muchísimo a no ser que no sepas cocinar o limpiar).
Nada más empezar las clases, te inundan la
cabeza con términos como TO, TM, Trados, Skopos… Y te das cuenta de que la
respuesta a cualquier duda que le planteas a tus profesores es siempre y por el
fin de los tiempos: depende. Ahora veo que tenían mucha razón, todo depende en
el mundo de la traducción. En cada semestre descubres asignaturas como
«Documentación» o «ACTE» y te entran ganas de salir corriendo o esconderte
debajo de la manta. Y todo ello sin hablar de otras aún más temidas como
«Cultura y Sociedades» o «Interpretación». Sí, esta última es quizás la más
popular entre los repetidores.
Por supuesto, no todo son calamidades. La
carrera de Traducción e Interpretación me ha dado muchas cosas buenas y, sobre todo,
muchas experiencias únicas e irrepetibles que guardaré en mi cofrecito de los
recuerdos: la Erasmus en Londres, la Atlanticus en Carolina del
Norte, la convivencia en los pisos de estudiantes, los almuerzos con los
compañeros en la universidad… No nos podemos olvidar de la formación y, en mi
caso, la vocación. Gracias a que decidí optar por esta carrera, me di cuenta de
que esto es realmente a lo que quiero dedicarme el resto de mi vida, de que amo
la traducción y de que para mí no se trata de un mero trabajo para ganarme la
vida, sino de una pasión con la que alimentar el corazón. En cuanto a la
formación, sales de la carrera con un regustillo de cada campo de la traducción
y queriendo aprender más y más. El deseo de seguir formándote parece que no
acabará nunca. Sin embargo, lo que sí acaba es todo lo demás. Cuando entras en
primero, piensas que serán cuatro largos años, pero no. No podemos estar más
equivocados. Todo acaba, sea bueno o malo. Todo llega a su fin. Tanto esfuerzo,
tanto sudor y lágrimas derramadas, tantas noches en vela, tanto café… Un momento,
¿me estoy repitiendo? No, tranquilos, es simplemente el fin de otra etapa. Al
igual que llega el fin de esa horrible etapa de bachillerato, llega el fin de
esa ansiada etapa universitaria. Y todo ello para lanzarnos al mundo laboral,
lo que aún da más miedo. Pero, calma, seguro que es tan solo otra etapa.
Yaiza Almengló
Te lo agradezco porque me gustaría mucho empezar a ver si mejoro algo más en estas facetas, gracias!
ResponderEliminar