Desde muy pequeña, he tenido
claro que de mayor quería dedicarme a algo que tuviera que ver con el inglés.
Cuando llegué al instituto, descubrí el francés y fue ahí cuando me di cuenta
de que no era el inglés en sí lo que me apasionaba, eran los idiomas. En ese
momento vi clarísimo lo que quería hacer en un futuro: dedicarme a los idiomas.
Estuve investigando e informándome de todas las carreras que tenían lenguas
extranjeras y la que de verdad me conquistó fue Traducción e Interpretación.
En septiembre de 2012 comenzaba
una de las mejores etapas de mi vida. Me mudé a Sevilla que, aunque está
bastante lejos de Torredonjimeno (Jaén), mi hogar, me acogió con los brazos
abiertos y comencé a estudiar en la Universidad Pablo de Olavide. Las primeras
semanas fueron complicadas, pero en cuanto te acostumbras a la dinámica de la
universidad, a la ciudad, a vivir lejos de casa y, sobre todo, cuando conoces a
tus compañeros y amigos, todo empieza a ir sobre ruedas.
Antes de entrar en el mundo de la
traducción pensaba erróneamente que traducir era tener un buen nivel del idioma
desde el que ibas a traducir al español. Pero no es ni mucho menos eso, ser
traductora va más allá de poder hablar y comprender dos idiomas. Los
traductores tienen una parte de documentalista, de terminólogo, de revisor, de
gestor de proyectos y, dependiendo del tipo de traducción que esté haciendo, de
«experto» en ese campo. El traductor se encarga de que una persona en una parte
del mundo pueda recibir cualquier contenido que otra persona en otra parte del
mundo produce.
Cuando un traductor se pone a
traducir no escribe la equivalencia palabra por palabra del texto en cuestión.
Lo primero es documentarse, adquirir conocimientos del campo de esa traducción.
Cuando se ha documentado y conoce el tema, se empieza a traducir, pero la
documentación está presente a lo largo de todo el proceso, ya que cada vez que
aparece algo que no conoce, se documenta. Cuando se traduce, entran en escena
muchísimos factores que hay que tener en cuenta como por ejemplo la
terminología, la cultura fuente y la cultura meta, la gramática o, en algunos
casos, el espacio en el que se va a publicar la traducción. Cuando tiene el
producto final, toca revisarlo. Una revisión es fundamental en la traducción,
ya que te ayuda a ver si has usado estructuras que son naturales en la lengua
meta, si hay erratas o faltas de ortografía etc. Con la revisión nos aseguramos
de que el producto final sea de calidad.
Una de las cuestiones que más me
ha sorprendido es que, cuando estamos traduciendo, hay muchas limitaciones que
nos hacen que nos decantemos por una u otra opción de traducción. Algunas de
las limitaciones más llamativas son: el espacio cuando vamos a subtitular, el
número de palabras si el texto va en un espacio que está determinado (por
ejemplo la columna de un periódico), el movimiento de los labios de los
personajes de una película o que la cultura que va a recibir tu traducción sea
o no sensible a cierto tipo de contenido. Pero la que sin duda me parece más
llamativa es el cliente. Está claro que la persona que te contrata tiene la
última palabra en cuanto al resultado, puesto que la traducción que estás haciendo
es para él, pero hay casos en los que los clientes deciden cómo traducir
ciertas cosas, aunque los traductores crean que otra opción de traducción sería
más adecuada. Ahora que sé que esto ocurre, estoy segura de que la mayoría de
las veces que he pensado «aquí esto está mal traducido», lo que realmente
ocurrió fue que el cliente decidió cambiar lo que había decidido el traductor.
Lo que está claro es que, hoy en
día, los traductores desempeñan un papel fundamental, ya que todos los días se
publican libros, se graban películas, se crean videojuegos, salen a la venta
máquinas y aparatos de todo tipo, se crean páginas web y todo esto, la mayoría,
en otros idiomas. Por ello, debido a que los empresarios quieren que sus
productos lleguen a todas partes del mundo, necesitamos a los traductores para
que esto pueda ser así y el resultado sea de calidad.
Cristina Ureña Bueno
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