miércoles, 23 de marzo de 2016

Ganar experiencia ayudando

Hoy quiero hablaros de mi experiencia como voluntaria en Cruz Roja como profesora de español para inmigrantes.

En primer lugar, hay que decir que Cruz Roja ofrece una amplia oferta de voluntariado que incluye muchísimos servicios a la comunidad. Al principio opté por el proyecto que ellos mismos llaman «ludoteca», es decir, jugar con los niños ingresados en el hospital. Fue una experiencia agridulce. Por un lado disfruté volviendo a ser niña con ellos, pero por otro tienes que estar preparado psicológicamente para ver cosas que puedan impactarte, sobre todo por ser niños, y yo no lo estaba.
Después de dos años disfrazándome de payaso y regalando sonrisas, decidí cambiar de ámbito y meterme en lo que realmente disfrutaba: las lenguas. Me enteré de que Cruz Roja ofrecía un voluntariado, que precisamente en ese momento necesitaba gente, para impartir clases de español a inmigrantes que, en su mayoría, por no decir en su totalidad, eran africanos. Decidí probar y la experiencia fue maravillosa.



El proyecto consistía en ayudar a los inmigrantes a defenderse en español, al menos en las situaciones que podrían darse en el día a día, tanto en expresión como en comprensión, a través de fichas y actividades lo más aplicadas a la vida cotidiana posible. Funcionaba por niveles, y evidentemente cuanto más alto es el nivel, más sencillo resulta para el profesor, porque eso significa que la persona que quiere aprender tiene cierto dominio de la lengua. La meta de este proyecto es conseguir que los inmigrantes hablen el máximo español posible para poder aumentar sus posibilidades de encontrar trabajo.

Al principio estaba un poco perdida. Mi primera alumna fue una chica de 26 años que, por suerte, hablaba francés como segunda lengua, por lo que lo tuve un poco más sencillo a la hora de explicarle la gramática sobre todo, e incluso hablaba algo de español.

La primera dificultad real se me presentó a los cuatro meses de haber empezado, cuando ya tenía algo de experiencia y decidieron ponerme en el nivel básico (como no contaban con muchos voluntarios, cualquiera con la más mínima experiencia pasaba a ese nivel), y se me presento la siguiente situación: un hombre de unos 30 años que no conocía ni si quiera nuestro alfabeto. El primer día, entré en el aula y, por lo que entendíamos de sus gestos, su primera reacción fue negarse a recibir clases de una mujer (era de religión musulmana) y exigía hablar con un hombre. Poco a poco le hicimos entender que nuestra cultura era diferente y que tendría que adaptarse. Supuso un verdadero reto, pero con paciencia y esfuerzo, conseguimos incluso que este hombre encontrase trabajo. Hoy es un hombre con trabajo digno y estable y una familia, e incluso tiene acento andaluz.

Podría contar mil anécdotas de mis dos años como voluntaria, pero he escogido estos dos porque son los que mejor resumen la experiencia: es cierto que hubo momentos buenos, pero también los hubo difíciles, pero de todo se aprende y cuando ves los resultados y cómo has ayudado a alguien que lo necesitaba, te das cuenta de que mereció la pena.

Lo que más me llamó la atención fue la voluntad y el esfuerzo que le dedicaban tanto los que querían aprender como los que querían enseñar. La importancia del compañerismo fue una de las cosas que aprendí: a veces la situación complicada me tocaba a mí y otras veces era a otro compañero, pero nos apoyábamos mucho.

Lo mejor de todo es que es un trabajo recíproco, es decir, yo les enseñaba, pero también aprendí muchas cosas de ellos, tanto de lenguas como en el ámbito personal. Y para una estudiante de traducción e interpretación como yo, este choque de culturas y lenguas fue ante todo alucinante.
Pero lo más importante es que adquirí muchísima experiencia en el sector de la enseñanza, porque además algunos de los voluntarios eran profesores que trabajaban en institutos y en sus tardes libres iban a ayudar, e incluso profesores jubilados, y todos nos daban consejos y nos ayudaban en lo que podían.


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María Jesús Ortega López

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